sábado, 4 de julio de 2015

EL EVANGELIO DEL 4-5 DE JULIO. DOMINGO, SEMANA XIV


EVANGELIO
En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
–¿De dónde saca todo eso? ¿Que sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí ? Y desconfiaban de él.
Jesús les decía:
–No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Marcos  6, 1-6

COMENTARIO

Tremendo es el Evangelio de este fin de semana. No es “propio” de este recién estrenado “tiempo de verano”. Tanta provocación y profundidad no “pega” bien con la relajación de las tareas evangelizadoras.

Os he de confesar que desde que lo leí hace ya unos días me daba un poco de pereza escribir sobre él. Parte de la reflexión ya está hecha; como dijo aquélla no tengo más remedio que “autorretroversionarme” al 4 de febrero. Allí podréis encontrar un comentario sobre este texto que incidía, sobre todo, en el final del relato.

Pero no se por qué motivo, hoy, 4 de julio, me llamaba más atención la parte de este evangelio en el que quedan patentes los problemas de credibilidad que tenía Jesús ante sus vecinos. Resulta sorprendente comprobar cómo aquel coro de angelotes que anunciaba el nacimiento del Mesías, según cuentan los Evangelios de la infancia de Jesús, debió impresionarles por muy poco tiempo porque no hay rastro en este evangelio de tal acontecimiento. De hecho, el mayor problema que tiene Jesús para ser “creíble” es que todo en él es “normal”, es decir, es el hijo de “tal” y de “tal”, “pariente de “tal y de “tal” y "convive con nosotros aquí".

Ya digo, a no ser que lo de los “angelotes” dando “gloria a Dios” fuera el escenario habitual de los partos de aquel momento, es evidente que a los ciudadanos de la comarca les duró muy poco el asombro por tamaña expresión. O dicho con otras palabras, Jesús tuvo que “hacerse creíble”, nadie le ahorró ese camino, y, según consta en el evangelio de hoy, en ocasiones no lo consiguió. Y es que la credibilidad ha sido siempre un problema para las religiones en general y para la Iglesia en particular.

Está claro que Jesús huyó siempre del poder; y sobre todo de ese poder que está muy próximo al “figurar”, que culmina en el “dominar”, y que se hace preocupantemente tiránico con el “manipular” . Jesús no consistió nunca ser un “figurante” y un “dominador”. Y menos, un "manipulador". Paradójicamente eso es lo que la gente esperaba del Mesías, que fuera un “figurante dominador”.

Al encontrarse con Jesús, tan normal, desconfiaban de él.  Pero no viene mal preguntarse la razón de tal desconfianza. Sinceramente, yo creo que la desconfianza de aquella gente ante Jesús venía marcada por el miedo.

Normalmente vemos lógico que nos “juzgue” un superior (un padre, una madre, un maestro, un jefe); y llega un momento, incluso, que ese “juicio” te da igual porque acabas pensando… “cosas de madre”, “el jefe manda”, o en palabras de mi propia “tribu” …” ¡qué va a decir el obispo!”

Ahora bien…. que te juzgue uno que es igual que tu, eso ya ... ¡hasta ahí podríamos llegar! Hay una “cercanía peligrosa” que te asusta, quizás porque ante ella no caben los “parapetos” y exige de ti una respuesta sincera. Y a ciertas “edades” de la vida las respuestas sinceras se indigestan.

Yo creo que este es un “sentimiento clave” en el evangelio de hoy: la cercanía. Jesús sería todo lo Todopoderoso que fuera, todo lo Altísimo que midiera, todo lo Señorisísimo que le reconocieran… pero Jesús fue sobre todo “cercanía peligrosa” porque tenía la habilidad de colocar a las personas con las que se encontraba ante su propia verdad…y eso, casi siempre asusta y espabila.

Desconfiaban de Jesús, en el fondo, no porque fuera “normal”, sino porque  su total identificación con los hombres y mujeres de su tiempo les provocaba una incómoda sensación de necesidad de conversión que les hería.

Cuando traemos este evangelio al “hoy de nuestra vida” personalmente me plantea qué religión favorezco yo: una religión “distante”, de incienso bien-oliente y ascendiente, o una religión “peligrosamente cercana” que llama a la des-instalación y a la con-versión.


Aunque he de confesar que hay un tipo de religión “sentifofesca” que hoy se lleva mucho.




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