domingo, 26 de julio de 2015

EL EVANGELIO DE HOY 31 DE JULIO. VIERNES, SEMANA XVII



EVANGELIO
En aquel tiempo fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?» Y aquello les resultaba escandaloso.
Jesús les dijo: «Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta.» Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.
Mateo  13, 54-58
COMENTARIO

Hoy cojo prestado el comentario de un conocido. Se suele decir que, en las distancias cortas, es donde se ve y se palpa lo que cada cual es para los demás. Desde la lejanía, no vemos a "la persona", sino "al personaje", no percibimos la personalidad digna de estima, de credibilidad y de alguien que es merecedor de que depositemos nuestra confianza en él.

Por esto, el breve relato de esta visita de Jesús a su pueblo muestra no solo la falta de acogida que allí encontró, sino sobre todo la "desconfianza" y el "desprecio", que Jesús palpó entre sus paisanos, y hasta en su propia familia. Todo eso, nos está diciendo a las claras que Dios se nos reveló, en este Jesús que vivió en la humilde aldea de Nazaret como modesto artesano, como trabajador sin cultura ni muestra alguna de ser un personaje importante, este Jesús, que fue "uno de tantos" (Fil 2, 7), con todas sus consecuencias.
 

Jesús no pretendió nunca ser un personaje, un notable, un "señor importante". Su aspiración fue siempre vivir y morir  "como un “servidor” (Mc 10, 44 ), como el que no es dueño de sí mismo, sino que depende de los que otros quieren y necesitan, otros a los que el servidor mira siempre desde abajo, sin darse jamás la menor importancia.

Por eso pasó por su pueblo sin que nadie advirtiera allí que el hijo de María y del carpintero, y cuyos hermanos y hermanas eran conocidos como gente vulgar sin la menor importancia, podría llegar a ser un profeta, un predicador, un entendido y un personaje con poderes para curar enfermos o expulsar demonios.
 

Es evidente que los vecinos de Nazaret estaban dispuestos a depositar su fe y su confianza en un "personaje", pero desde luego no en un "servidor". Todos en la vida queremos, de la manera que sea, llegar a ser personajes (o, al menos, "personajillos"). Y nadie está dispuesto a pasar por este mundo como los que solo sirven para servir. 

Y, sin embargo, si algo nos deja claro el Evangelio es que la solución a este mundo no está en los "personajes", sino en los "servidores". No en los importantes, sino en los insignificantes. Y la razón de este curioso contraste es muy clara: el "personaje" siempre está por encima y distante. Solo así puede aparecer como personaje. El servidor no tiene más remedio que apañárselas para estar cerca, estar atento a lo que se necesita de él, porque vive para eso, para servir. Pedro, en la última cena, no estaba dispuesto a que Jesús le lavara los pies. Y Jesús le respondió inmediatamente: "Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo" (Jn 13, 8). 

Este asunto era capital para Jesús, ¿lo es también para el Papa? ¿Y para cada obispo? ¿Y para los sacerdotes y los religiosos y religiosas? ¿Y para cada cristiano? ¿Para mí en concreto? Aquí nos jugamos el ser o no ser de nuestra fe cristiana.











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