martes, 30 de junio de 2015

EL EVANGELIO DEL 30 DE JUNIO, MARTES DE LA SEMANA XIII


EVANGELIO
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»

Mateo  8, 23-27
COMENTARIO

Hace un par de semanas leíamos este episodio de la tormenta en el mar de Tiberiades según la versión de San Marcos. Prácticamente, con algún matiz temporal, es un texto clavado al de Marcos. Poco más se me ocurre comentar. Podéis acudir allí para recordar lo que compartíamos.

Pero como siempre pasa (se nota que es verano y hay menos que hacer), al hilo de una conversación que mantuve ayer con un compañero me ha venido a la cabeza esta mañana lo actual que es este evangelio.

Esta es la grandeza del evangelio, que sirve para “iluminar” muchos momentos de la historia. En el fondo, el texto de hoy bien podría ser utilizado por los “coaching” de oficio para sacar al menos tres o cuatro ideas claras de cómo gestionar nuestros miedos. Porque, entre otras cosas, en el texto de hoy, hay una adecuada “gestión del miedo”.

En algún momento he comentado que uno de los libros que más me ha marcado en mi vida es el de “Anatomía del miedo” de J. A. Marina. Este buen hombre identifica tres expresiones que caracterizan a la persona presa de esa actitud. En primer lugar la “sensación de vivir el entorno como una vivencia opresiva”, en segundo lugar la fijación de ver el mundo como un lugar de amenazas”; y en tercer lugar la necesidad de “tener que estar siempre huyendo porque alguien nos pilla”.

Muchas veces he pensado que como Iglesia, en occidente, hemos estado así. Como si no fuera posible “un espacio para la fe”, con un “sentimiento de continua amenaza externa” y con una vivencia no “cómoda”, casi martirial, de la experiencia de la fe. No digo yo que “ser creyente” en los espacios públicos sea fácil; ahora bien, cuando identificamos esos sentimientos, bien nos vendría leer el texto y caer en la cuenta de que, fundamentalmente, el miedo está en nosotros como lo estaba en los discípulos

Cuando “nuestras razones” no convencen y “nuestros sentimientos” no resultan contagiantes, más que atrincherarnos ("Señor …que nos hundimos"), quizás habría que optar por la valentía, que consiste “no en echar más leña al fuego”, sino en calmar y sosegar.


Creo que Marina concluye su libro afirmando que la única manera de gestionar los miedos es “teniendo un proyecto claro”. Y esto es lo que me parece que nos falta a los cristianos. En ocasiones nos conformamos con “llorar mucho para mamar un poquito”, cuando la solución está en “callar más y buscar lucidez”. 

PD: He recordado también una reflexión, de hace algún tiempo ya, comentando el Cuadro "La Tempestad Calmada" de J. Delacroix •••





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