EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.»
El texto de hoy nos permite
dar una pequeña explicación “técnica” que no añade gran cosa al significado
pero que si que nos pone sobre aviso de la necesidad que tenemos de “conocer la
cultura judía” para entender mejor el mensaje de Jesús. Como siempre hemos
dicho: en el evangelio “todo tiene su explicación”. Y diche explicación es
vital para no confundir la fe con la magia, aunque no es este el caso de hoy.
Resulta que como en Palestina escaseaban las fuentes y los
manantiales, el agua solía tomarse de pozos y cisternas. Y era de vital
importancia mantener limpia el agua de la cisterna. Para tal menester,
utilizaban una serie de tapaderas de madera que preservaba el agua de las
impurezas que podían caer. Los judíos tenían a gala conservar en perfecto estado
de limpieza el agua de sus aljibes.
La palabra que traducimos por ojo
(’ein) también puede traducirse por pozo, cisterna o manantial. De esta forma
tendremos el refrán tal como debió aprenderlo y, seguramente, pronunciarlo
Jesús:
«¿Por qué te fijas en la pequeña
suciedad (pajita) que flota sobre la superficie del agua del pozo de tu hermano
y no reparas en el tronco que hay flotando sobre el agua de tu pozo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano:
«Déjame que limpie la pequeña suciedad del agua de tu pozo», teniendo un tronco
en el tuyo? Hipócrita; limpia primero el agua de tu pozo que tiene flotando un
tronco; sólo entonces podrás limpiar la pequeña pajita que flota sobre el agua
del pozo de tu hermano».
Más allá de esta curiosidad, el
texto de hoy es genial. Es fácil convertirse en “en juez de todo” o en “juez de
nada”. Esos extremos pervierten el sentido común. Los “jueces de todo” hacen de
su vida un estrado y de su apariencia una toga, son impasibles, es decir,
in-humanos. Por otra parte están los que “no juzgan nada”, es decir, hacen del
des-compromiso la mejor manera de justificar todo un proyecto de persona basado
en el “no disturb”.
Los extremos son perversos.
Entre tener una “medida impasible” o “no tener medida”, se trata de elegir no
ya “un punto medio” (que no existe), sino más bien “un punto posible”. El
“punto posible” es tu propia vida. Usa con los demás sólo la medida que tu
estés dispuesto a “usar contigo mismo”. O dicho con otras palabras, si
preferimos, más espirituales: quien esté
libre de pecado…
Precisamente por eso,
personalmente me entristece comprobar cómo en ocasiones el “discurso de la
Iglesia” es tan ideal como inalcanzable, y lejos de usarse como una
“referencia” de llegada, se usa como una “espada de Damocles”. Y así nos va,
muchos, para cuando la espada caiga, ya se han ido hacia otros lugares… “y con
razón”.
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