domingo, 20 de junio de 2021

EL EVANGELIO DEL 20 DE JUNIO. DOMINGO SEMANA XII


EVANGELIO
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

Marcos  4, 35-40
COMENTARIO

Suponiendo que la tormenta hubiera sido tan tremenda, me da a mi que antes de aquel acontecer debieron valorar cómo estaba el tiempo y si fue así, el Maestro de Galilea debió abroncar a los suyos no por "falta de fe" sino mas bien por imprudencia temeraria. ¡A quién se le ocurre embarcarse en tales circunstancias!

Por otra parte, e independientemente de la fe de Jesus, tampoco me imagino yo al propio Jesus tan indiferente ante lo que le rodeaba. No me cuadra mucho que aquel hombre tan sensible, incluso para valorar los dos reales que una pobre viuda echó en el arca de las ofrendas, ahora se mostrara tan "sobrado" ante un tormentusco que amenazaba con el hundimiento de sus mejores amigos.

De todo ello se deduce que este texto, más allá de lo milagroso del mismo, tiene un entrañable carácter  simbólico que le da una preciosa significación. También es verdad que dicha significación es distinta para aquella primitiva comunidad y para nosotros. 

Efectivamente, la Iglesia siempre ha visto en aquella barca y en tales circunstancias, la dificultad de una comunidad que se abre a los no judíos, es decir, a los que rompían el molde en aquel tiempo. Aquellos primeros cristianos tuvieron la tentación de quedarse en "lo de siempre" y "con los de siempre" , con todos los riesgos que eso conllevaba: seguridad, paz, estabilidad, pero también cerrazón, juicio y permanente condena de lo distinto a lo tuyo.

Pero no, ellos aprendieron de Jesus a abrirse a los gentiles, a los paganos, en definitiva, a los de la “otra orilla”. Y ya sabemos que es lo que pasa cuando abres las puertas de tu casa, puede que entren amigos, pero puede que entren también enemigos, o gente que simplemente te cambie algún que otro esquema, sobre todo porque viene de fuera. 

Y así pasó, aquella barca tan "homogénea" ( la Iglesia primitiva) muy pronto empezó a tambalearse porque tuvieron que aprender a convivir juntos judíos y gentiles personas que venían de sensibilidades culturales y religiosas distintas.

El sueño de Jesus parece indicar la absoluta confianza en que su propuesta tiene sentido, más allá de las bravuras del mar o de lo intempestivo del oleaje. La confianza expresa cómo Jesús sabe “encajar” el inconveniente de la travesía. Y dicha actitud del Maestro contrasta con el anhelo de quietud de los apóstoles.

Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, aun cambiando el contexto y los actores, tengo la sensación de que el mensaje es parecido. La expresión "cambiar de orilla" bien podría significar todas las "salidas", opciones, y decisiones que nos van conformando como personas cada día. 

Vivir los cambios de orilla permanentemente alterados provoca que al final nos hundamos. La actitud aparentemente des-preocupada de Jesus bien podría significar la actitud de la fe; actitud capaz de encajar los vaivenes y de gestionarlos con convicción.


Claro, en este caso la fe no es una actitud ritual amiga de la magia. Más bien se trata de la certeza y la evidencia de que el viaje iniciado merece la pena, la otra orilla no es inalcanzable y el mar embravecido sólo es el medio, en ocasiones extrañamente necesario, para el desenlace.

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