LAS TRES ANCIANAS
Había una vez
tres grandes amigas de la infancia. Inexorables, los años habían ido pasando y,
ahora, se habían convertido en unas ancianas. Un día se reunieron para charlar
y una de ellas se lamentó así:
— Queridas
amigas, ¡qué cruel e implacable es el paso del tiempo! Cuánta amargura siento
cuando veo mi piel ajada, mis cabellos encanecidos, estos ojos apagados… Mi
rostro ha perdido toda su antigua frescura.
Otra comentó:
— Tienes
razón. Envejecemos sin remedio. También yo sufro al contemplar en el espejo mis
encías, mis ojeras profundas y amoratadas, mis mejillas enjutas y mi cuello
flácido y feo. Me miro en el espejo y no puedo reconocerme.
Entonces la
tercera amiga y la más avanzada en edad declaró:
— Vosotras sí que
me dais lástima, de veras. ¡Pobres amigas mías! Yo también veo lo mismo que
vosotras cuando me contemplo en el espejo. No os falta razón al decir que el
paso del tiempo es implacable, y es por ello que el espejo ha ido perdiendo su
poder de reflejar con fidelidad y su luna ha envejecido de tal modo que deforma
todo lo que refleja. Es por eso que nos vemos así, por culpa del espejo,
creedme.
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