sábado, 21 de marzo de 2015

EL EVANGELIO DE HOY Y MAÑANA, 21-22 DE MARZO



EVANGELIO
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándosela Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
– «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
– «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este, mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo:
–«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
–«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba morir.

Juan   12, 20-33

COMENTARIO
No me preguntéis la razón, pero cuando San Juan emplea el sustantivo “muerte” o el verbo “morir” no se está refiriendo al momento en que deja de latir el corazón. No es que me niegue a explicarlo, más bien es que no es conveniente que me exceda mucho porque luego os quejáis de que hago comentarios largos. El evangelio de hoy es muy central para el cristianismo; incluso me atrevo a decir que sin la “parábola de la muerte” que nos propone el evangelista hubiera sido compleja la significatividad religiosa del cristianismo.



Sí, habéis oído bien, “la parábola de la muerte”: “Si el grano de trigo una vez caído en la tierra no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto”. Para Jesús, al parecer, lo contrario de la mortalidad no es la inmortalidad, sino el “dar fruto”. Esto es fundamental. Para Jesús, insisto, lo contrario de “caducidad” no es la “perennidad”, sino la “germinabilidad”. Yo no se si me he inventado alguna palabra, pero bueno que me perdone la Real Academia de la Lengua que para eso estamos en Cuaresma.


Ya hemos dicho en alguna ocasión que el judío, en principio, no necesitaba de un “mundo futuro” (resurrección) que hiciera justicia a éste; el judío vivía con la conciencia de que cada cual, personalmente, en esta historia, recibía ya su merecido: “bienes” o “males”; por eso cuando un judío rezaba su “credo” no decía verdades teóricas” sino “lo bien que Dios se había portado con él a lo largo de su historia”.

Por otra parte, buena parte del pensamiento “griego” que es culturalmente coexistente con el mundo de Jesús, creía en lo que llamamos el “eterno retorno”; o lo que es lo mismo: nada cambia, los ciclos se repiten…¡aburrimiento total!.

Pues bien, el cristianismo originariamente puso en cuestión estos dos “moldes” de vida. Frente al “presentismo judío” y al “aburrimiento griego”, Jesús postula su “modelo”: la entrega de la vida, “la germinabilidad”, el des-vivirse, el consumirse lentamente para consumarse del todo; en una palabra: el “amor”.

Al fin y al cabo Jesús lo que hace es fijarse en la naturaleza y ver como la semilla, efectivamente, muere y deja de ser “esa” semilla; esto quiere decir que el presente se acaba y no vuelve (contra los judíos y contra los griegos), pero …. ¡da fruto! Y además se recoge más de lo que siembra: “el ciento por uno” en algunos casos –añade Jesús.

¿Y por qué no sentir la resurrección (propia) como “el ciento por uno” de mi (propia) vida? No es una pregunta. Para mí, esta mañana, es un desafío a mi propia existencia. 

Y hago esta afirmación porque uno tiende a “conservarse” y “conservarse bien” (sin arrugas, a ser posible). Pero claro, dice el maestro de Galilea que “El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este, mundo se guardará para la vida eterna”. Ciertamente se trata de una nefasta traducción para, además, un comprometido texto evangélico muy deudor de sus “ropajes” culturales.

Pero, para entenderlo, pongamos un ejemplo. Imaginemos una almendra, con cáscara, como Dios manda. La cáscara, ciertamente, protege al fruto. Pero esa protección es una ilusión porque al final el fruto se seca y desparece, aunque la “cáscara” permanecerá. Sin embargo, si se rompe la cáscara y el fruto se “deja comer”, alimenta, da energía y multiplica su eficacia. Éste es el sentido del texto: “guardarse, protegerse” (con la cáscara) es morir; dejar de protegernos y de mirarnos a nosotros mismos (romper la cáscara) esfructificar”, vivir, Vivir, resucitar….

¿Por cierto, existe la palabra “germinabilidad”?

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