EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: - «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo.» Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: - «Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.»
Juan 5, 1-16
COMENTARIO
El texto de hoy
es extremadamente complejo; menos mal que mañana, con San José, recuperamos un
cierto “casticismo” bíblico. Como sería un poco cansino acércanos al texto de
hoy de un modo histórico-crítico, me pongo en “modo homilía” que se hace más
llevadero; es decir, digo lo que pienso sin necesidad de justificarlo.
Probablemente
Jesús, cansado de sus permanentes críticos, decidiera transmitir a los suyos
una doble convicción. En primer lugar yo me imagino a Jesús diciendo que “la Ley de Dios, tal y colmo vosotros –la
institucionalidad judía- la interpretáis,
se convierte en ley de dios (con minúscula) y no sirve, porque mi Padre no deja
nunca de trabajar (sea o no sábado); mi padre trabaja siempre que la dignidad
del ser humano lo requiera”.
En segundo lugar,
por si quedaba duda de la conciencia que Jesús tiene de sí mismo, también me lo
imagino diciendo: “no os calentéis mucho
la cabeza pensando quién es Dios, porque quien me ve a mi, le ve a Él”.
El resultado de
ambos pareceres nos lo podemos imaginar: una tensión creciente con el “cuerpo
judío” de Jerusalén que desembocará más pronto que tarde en la pasión y muerte.
De ahí que,
cuando actualizamos el texto a nuestro presente, sea tan crucial para el
cristianismo la propia memoria de Jesús. Con dicha memoria el cristianismo esta
vivo; sin esa memoria y con la introducción de “tanto” sucedáneo” religioso, el
cristianismo como proyecto vital se debilita.
El otro gran
mensaje de hoy es de los que “complican” la mirada sobre la realidad. Nosotros
estamos acostumbrados a dividir nuestro itinerario vital (desde una óptica de
fe) según el siguiente esquema: nacimiento-crecimiento-muerte-resurrección
(esperemos).
Pues bien, va y
resulta que Jesús introduce hoy una frase en su discurso que “altera” dicho esquema:
“Quien
escucha mi palabra y cree al que me envió posee (ya) la vida eterna porque ha pasado ya de la muerte a la vida”.
Entonces resulta
que el esquema, según Jesús, queda del siguiente modo: nacimiento-crecimiento
resucitado o crecimiento mortecino- muerte o resurrección definitivos. La clave
de este desafío está en creer a Jesús sabiendo, además, que para un judío
coherente creer no es “decir” de
memoria a dios, sino “vivir”
apasionadamente según su proyecto (en este caso, el de Jesús).
Total, que este
buen Jesús complicó la vida y de qué manera. ¡Con lo fácil que era antes el
esquema aunque no lo entendiéramos! Incluso, además, por aquello del “por si
acaso” tampoco “costaba mucho” esto de creer en un más allá.
Ahora la cosa se
complica porque creer –lo que de dice creer- va y resulta que se trata de una
continua actitud vital de opción por los modos, las maneras y los talantes de
aquel “alocado” –con perdón- maestro de Galilea.
Y digo alocado
porque recordemos que aunque a San Juan se le pasó contarlo, este “tal Jesús”
se comparó con el “padre” del “hijo pródigo” (que no era precisamente un
ejemplo de moralidad el tal hijo; se comparó también con el “pastor” que dejó
cien ovejas a la intemperie para buscar a “sólo una perdida” ( y a saber si
estaba); y en el colmo del sin sentido también se comparó con la mujer que no
dejó títere con cabeza en su casa simplemente porque no encontraba “una moneda perdida”.
¡La de polvo que
tuvo que tragar aquella pobre mujer tal y colmo eran aquellas casas palestinas…casi
sin ventanas!
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