EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa, procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era griega, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.
Él le dijo: «Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella replicó: «Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.»
Él le contestó: «Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija.»
Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
Él le dijo: «Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella replicó: «Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.»
Él le contestó: «Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija.»
Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
Marcos 7, 24-30
COMENTARIO
Ya nos hemos referido en el comentario de un texto
paralelo al de hoy a lo que podríamos denominar la "oración del cansineo"o la teología del cansineo" •••,
que consisitiría en pedir a Dios de tal forma hasta que él, cansado de oírte,
te conceda lo que pides; en este sentido, el ser humano tendría derecho a
pensar a dios como aquel ser superior, bien sordo (porque a veces no me
escucha), bien inmisericorde (porque en ocasiones no capta mi sufrimiento), al
que se le "vence" o "conquista", por la
"cabezonería" del pedir. Aquí,
la cabezonería sería una virtud "teologal", eso si, sazonada con todo
nuestro aparato litúrgico y espiritual, personal y colectivo.
Para mi todo esto es respetable, sólo le veo un
problema: el dios al que se dirige esta plegaria yo lo pongo con minúscula,
porque no es el Dios cristiano. Es otro dios. Yo puedo comprender que en momentos
de angustia (enfermedades, catástrofes....) nos salga una plegaria enrabietada
de este tipo, a modo de llanto desconsolado del niño, que no ve colmadas sus
expectativas por parte del padre o de la madre que se muestra firme en sus
decisiones cuando pretende educarle.
Hasta ahí me puede parecer comprensible esa actitud
porque un cierto desahogo puede formar parte de nuestras necesidades humanas.
Pero de ahí, a pedirle a dios que mande vocaciones sacerdotales a la Iglesia,
por ejemplo, hay un trecho de inconsistencia teológica y demencia espiritual
muy preocupante. Porque eso es
colocar la causa de la crisis vocacional en la insensibilidad del propio dios
hacia “su pueblo”. Y eso, aún se hace en nuestra Iglesia.
Por tanto, y al hilo del
evangelio de hoy, no me parece sensato interpretar la actitud de la mujer
sirofenicia, como el fruto de su perseverancia-cansineo-fe. A las cosas hay que
llamarlas por su nombre y lo que pasa en este encuentro es algo mucha más
revelador de Jesús y a través de él, del Dios-Padre al que Él se refería.
Y lo primero que hay que
destacar es la importancia del diálogo. Sólo puede haber revelación de la grandeza
de Dios, si hay diálogo en las (y desde las) pequeñeces humanas. Jesús vence su
primera insensatez (con perdón) porque es capaz de escuchar a aquella mujer. La
dogmática judía, con toda su carga canónica, era un muro infranqueable para
Jesús en el encuentro con aquella mujer. Aquella dogmática judía impedía que un extranjero (sirofenicios) se
pudiera relacionar con un judío; lógicamente, menos aún que osara pedir a su
dios un favor.
Pero por eso Jesús es el
Hijo (con mayúscula), porque consigue comprender mejor el corazón del Padre
pasando por encima de los preceptos que habían formulado los hijos (judíos) y
que habían convertido el amor y la misericordia del que los liberó de Egipto en
una maraña insufrible de bárbaras leyes inhumanas.
La respuesta de la mujer es
sencilla pero sensata. “El pan es de
todos, las migajas también alimentan, y sólo te pido eso”. Que es como
decir –perdón por el entrecomillado que sigue si a alguien le suena un poco
irreverente- “Jesús, no seas tonto ni
orgulloso, tu Dios también quiere ser mi Dios”
Y llega el momento más
sorprendente del texto: Jesús se queda sin palabras. Él, que es la Palabra,
calla, no argumenta, y sólo acierta “a hacer” : “el demonio ha salido de tu
hija”. Quien no se emocione ante un diálogo así, es que ha perdido toda
referencia humana y cristiana en su vida.
Para mi que Jesús expulsó el
demonio –valga la expresión- no sólo de la hija de aquella mujer pagana, sino
también, el demonio de la intolerancia, la superioridad, el orgullo, la
incomunicación y la insensibilidad que se había adueñado, tiranizándola, de la
religión judía.
Como dice el dicho, “ahora
vas y lo cuentas”; mejor en este caso, “ahora vas y lo aplicas”. Porque también
hoy deberíamos hacer una lista de las intolerancias, superioridades, orgullos e
insensibilidades que tenemos como personas y que provocan que nuestra relación
con los demás más que una relación de prójimos se parezca a una relación entre
patrón y marinero.
Y también, como no, una
lista de las intolerancias, superioridades, orgullos e insensibilidades que
tenemos dentro de la propia iglesia, que aún siendo muy “sensible” en alguna de
sus facetas y funciones (por ejemplo la caridad social), tenemos que reconocer
que lo es mucho menos ante determinadas problemáticas personales, llegando
incluso a encontrarse paralizada ante avances necesarios e indiscutibles.
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