Jesús va camino de
Jerusalén. Seguramente que se trata de la peregrinación anual que los judíos de
Palestina realizaban al Templo de la capital. Jesús sabe que su fama ha crecido
y que comienza a hacerse insoportable la presión que ejercen sobre él los
poderosos, entre ellos el rey Herodes Antipas..
Las intenciones de
Herodes son claras, las de estos fariseos también: de una u otra manera, se lo
quieren quitar de encima, porque les estorba. Los fariseos le proponen que
desista de sus planes.
Pero Jesús no se
deja intimidar por los poderosos. La respuesta de Jesús es contundente: «Id a
decirle a ese "zorro": Seguiré expulsando demonios y curando...»
En el argot arameo,
"zorro" tiene un doble sentido: el de animal astuto y el de insignificante,
en oposición a "león". En el contexto de hoy parece ser que Jesús
consideraba a Herodes como persona insignificante y bulliciosa que no merece
respeto.
Herodes era un rey
intrigante y chivato, supersticioso, vendido al emperador romano y asustadizo
al mismo tiempo... se creía el amo del mundo. Jesús responde que para él es un
hombre insignificante.
Jesús, en medio de
las dificultades seguirá liberando a la gente de toda clase de ideologías
contrarias al plan de Dios ("expulsando demonios") y de toda clase de
taras morales y físicas que le impiden seguirlo con libertad y dignidad humana
("curando"), al tiempo que llevará a término su propósito
("habré acabado"). Jesús alcanza la perfección humana entregando su
vida.
La función liberadora de Jesús no se deja intimidar
por las presiones políticas ("Herodes") o religiosas
("fariseos") de los poderosos.
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