En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: "Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán"; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.
Lucas 11, 47-54
COMENTARIO
La reflexión sobre la religión fariseo es un lugar común en el anuncio del Reino que hace Jesús y en la memoria que los evangelistas nos han dejado de ello. Viene muy bien, porque a lo largo del ello nos cuestiona a la comunidad cristiana de los nuevos y continuos brotes fariseos de nuestra religión. No podemos engañarnos y pensar que es posible una religión sin actitudes fariseas, o un cristiano sin un fariseo albergado en su corazón. Sinceramente… todos lo tenemos. Ya sabéis aquello del trigo y de la cizaña…
Toca, por eso, son sinceridad y decisión…identificarlo.
En dos momentos del violento relato de hoy aparece la siguiente frase: “se le pedirá cuenta a esta generación”. En nuestro imaginario social “rendir cuentas” significa “ser responsable”, “tener que responder de algo”, ante alguien. Por tanto una fe “irresponsable”, “des-comprometida” con el momento vital que nos rodea o ensimismada permanentemente en un “yo blandengue”, es claramente una fe farisea.
Siempre ha sido una tentación vivir irresponsablemente “como el si el mundo no existiera” o en su versión postmoderna, aprendiéndonos de memoria cuatro topicazos sobre la pobreza, y la ecología a los cuales los revestimos de unas lingüísticas de gabinete, pero que cierran los ojos a nombre concretos e historias personales dramáticas; esto que Cáritas nos enseñaba antes: los números con rostros. Existen muchas maneras de “hacer desaparecer el mundo” delante de nosotros cada día. Y eso es religión farisea.
Otra versión de esa irresponsabilidad es vivir como si “el otro no existiera”. El “otro”, el que está cada día frente a mi, con el que me cruzo. Sí… se que está, pero existe si me hace falta, si me sirve para algo. Cuando deja de servirme… deja de existir. Existe una retórica (que diría mi amiga Lucía) de la alteridad que utiliza palabras tales como “las gentes de nuestros pueblos”, “los fieles de nuestras parroquias –o en su versión moderna, los laicos-, los jóvenes, los….los… los… a quienes reconocemos su identidad mientras que nos ríen la gracia. Pero cuando no nos ríen la gracia son simplemente miembros de este mundo secularizado que nada quiere saber de dios. Un análisis así “del otro”…es irresponsable y fariseo, por descomprometido
Y existe una última versión de la irresponsabilidad: vivir “como si uno mismo no existiera”, es decir, pensar que uno nada puede hacer, nada puede cambiar, en nada puede influir, …. ; en este caso, como diría mi amigo Juan, tendríamos que caer en la cuenta de que queramos o no, se den cuenta los demás o no, e incluso me de cuenta yo o no, el mundo sin mi irremediablemente sería distinto. Por eso, uno tiene que ocuparse de sí mimo, vivir con madurez, decidiendo cada día sobre su vida, haciéndose adulto y autónomo, para poder ser responsable ante uno mismo y ante los demás.
“Se os pedirá cuentas”, dice el evangelio de hoy, o como dijo aquel, podemos vivir “como si Dios no existiera” (Bonhöeffer), pero nunca como si el mundo no existiera, como si el otro no existiera o como si yo no existiera. A no ser que queramos asumir el papel de la casta farisea de nuestro tiempo.
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