miércoles, 13 de agosto de 2014

EL EVANGELIO DE HOY, 13 DE AGOSTO


MIERCOLES DE LA SEMANA XIX
EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

Mateo  18,  15-20
COMENTARIO

El comentario al evangelio de hoy lo cojo prestado de Jose Mª Castillo con alguna que otra matización personal. 

Aquí afronta el evangelio de Mateo un tema capital para los cristianos: la importancia y la experiencia de la vida comunitaria, y más concretamente el tema de la reconciliación y el perdón. No hay que olvidar que al interior de las comunidades cristianas, desde el comienzo, surgieron problemas y enemistades. Lo que nos ofrece el evangelio de hoy es un programa de resolución de conflictos. 

Lo primero y lo más importante es que el pecado no se presenta, en estas palabras de Jesús, como una "ofensa que se le hace a Dios", sino como una "ofensa que un ser humano comete contra otro ser humano". Lo cual es coherente con la enseñanza de Jesús. Dios "se ha encarnado", se ha fundido con el ser humano. De donde resulta que lo que se le hace a cualquier ser humano, aunque sea el más indigno, es a Dios a quien se le hace. A Dios se le ofende, ofendiendo a cualquiera de aquellos con los que Dios se ha identificado.
 

Pues bien, si el pecado consiste en ofender a otro ser humano, el perdón del pecado es (tiene que ser) la reconciliación con el ofendido, el ser humano contra el que he pecado. De ahí el sin-sentido que entraña el hecho de buscar caminos de reconciliación que no pasan por pedir perdón al ofendido. La confesión sacramental, el diálogo con un sacerdote como presidente de una comunidad, quiere ser expresión sacramental y celebrativa de ese itinerario reconciliador con el prójimo y la comunidad.

Por eso, la potestad de "atar y desatar', "perdonar o retener", es una potestad que Dios concede a todo ser humano que, desde la fe, es generoso para otorgar el perdón y aceptar el perdón. Sin olvidar que, al recibir el perdón del hermano, es el perdón de Dios lo que en realidad recibe. 

Esto no quiere decir que los ministros de la Iglesia, los sacerdotes, no puedan y no deban acoger a todo el que, en la consulta y la bendición del ministro ordenado, encuentra consuelo, consejo y paz. Pero aquí, ya estaríamos hablando de una decisión que libremente quiere asumir el creyente, no de una obligación inexcusable. Lo que es inexcusable es el proceso reconciliador con el prójimo.

Y es importante aquí la palabra "proceso". La reconciliación es acto y actitud. En ocasiones servirá un apretón de manos, pero en otros momentos habrá que confiar y serán necesarios  largos procesos de sanación del afecto.

En cualquier caso, no hagamos del sacramento de la reconciliación una experiencia inútil y vaciada de sentido. Me viene a la cabeza una frase de Hommer Simpson -perdón por el nivel de la cita-, que dice los siguiente:

"le pedí una bicicleta a Dios, pero como se que Dios no funciona así, robé una bicicleta y le pedí perdón a Dios".