EVANGELIO
Dijo
Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis
de
verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo
dices
tú: «Seréis libres»?»
Jesús
les contestó: «Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se
queda
en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres,
seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis
de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto
junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro Padre»
Ellos
replicaron: «Nuestro Padre es Abrahán».
Jesús
les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin
embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché
a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».
Le
replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre:
Dios».
Jesús les contestó: «Si Dios fuera vuestro padre,
me amaríais, porque yo salí de
Dios,
y
aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».
Juan 8, 31-42
COMENTARIO
El
diálogo que presenta el evangelio de hoy tiene lugar en los pórticos del Templo
de Jerusalén, a donde Jesús ha llegado desde el cercano Monte de los Olivos.
Antes de esta disputa, Jesús ha liberado y perdonado a una mujer sorprendida en
adulterio, a la que iban a lapidar según costumbre y legislación. A continuación
se produce la disputa que narra el texto evangélico.
El
pueblo de Israel se mantenía muy cerrado sobre sí mismo. Tanto que a Jesús le costaba
mucho abrir los horizontes de aquel pueblo que se creía salvado por el hecho de
formar parte de una etnia y una religión.
Los
oyentes de Jesús se enfurecen cuando Jesús les cuestiona las seguridades nacidas
de creerse salvados por pertenecer a una raza o por seguir una doctrina. Para ellos
la pertenencia a un partido, a una raza, a una doctrina, a una institución...
era la garantía de que andaban en la verdad y que eran libres. En otras
palabras: era garantía de que estaban salvados.
Jesús
les invita a convertirse en buscadores de la verdad sin contar con las seguridades
externas. Todo ello produce en sus oyentes una terrible ofuscación porque para ellos
no había otra verdad que la que les comunicaba su religión, su raza y su nación.
Nuestra
cultura occidental, aunque se proclama demócrata y tolerante, no está exenta de
un cierto orgullo ideológico. Para quienes somos hijos de la cultura europea, anclada
en el racionalismo y existencialismo,
tenemos una cierta propensión a ensalzar a la persona humana por encima
de sus posibilidades. Nos falta humildad para reconocernos limitados y
necesitados de la aportación de otras culturas. Creemos que el poder de la razón
humana es infinito. La economía, el progreso, las cotas alcanzadas de
bienestar... son nuestra salvación.
Como
hijos de esta cultura, podemos caer en la misma tentación que el antiguo pueblo
de Israel: El hecho de pertenecer a esta realidad política y económica, nos
garantiza la libertad y el bienestar en todos los órdenes.
Sin
embargo el evangelio de hoy nos invita a ser críticos, a vivir en actitud
constante de búsqueda y a abrir los horizontes a una interculturalidad que
puede aportarnos valores que tal vez hayamos olvidado.