miércoles, 9 de abril de 2014

MIÉRCOLES DE LA 5ª SEMANA DE CUARESMA

MIÉRCOLES DE LA 5ª SEMANA DE CUARESMA

EVANGELIO
Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis

de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo

dices tú: «Seréis libres»?»
Jesús les contestó: «Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se
queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro Padre»
Ellos replicaron: «Nuestro Padre es Abrahán».
Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».
Le replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo  padre:
Dios».
Jesús les contestó: «Si Dios fuera vuestro padre, me  amaríais, porque yo salí de Dios,
y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».
Juan 8, 31-42
COMENTARIO
El diálogo que presenta el evangelio de hoy tiene lugar en los pórticos del Templo de Jerusalén, a donde Jesús ha llegado desde el cercano Monte de los Olivos. Antes de esta disputa, Jesús ha liberado y perdonado a una mujer sorprendida en adulterio, a la que iban a lapidar según costumbre y legislación. A continuación se produce la disputa que narra el texto evangélico.
El pueblo de Israel se mantenía muy cerrado sobre sí mismo. Tanto que a Jesús le costaba mucho abrir los horizontes de aquel pueblo que se creía salvado por el hecho de formar parte de una etnia y una religión.
Los oyentes de Jesús se enfurecen cuando Jesús les cuestiona las seguridades nacidas de creerse salvados por pertenecer a una raza o por seguir una doctrina. Para ellos la pertenencia a un partido, a una raza, a una doctrina, a una institución... era la garantía de que andaban en la verdad y que eran libres. En otras palabras: era garantía de que estaban salvados.
Jesús les invita a convertirse en buscadores de la verdad sin contar con las seguridades externas. Todo ello produce en sus oyentes una terrible ofuscación porque para ellos no había otra verdad que la que les comunicaba su religión, su raza y su nación.
Nuestra cultura occidental, aunque se proclama demócrata y tolerante, no está exenta de un cierto orgullo ideológico. Para quienes somos hijos de la cultura europea, anclada en el racionalismo y existencialismo,  tenemos una cierta propensión a ensalzar a la persona humana por encima de sus posibilidades. Nos falta humildad para reconocernos limitados y necesitados de la aportación de otras culturas. Creemos que el poder de la razón humana es infinito. La economía, el progreso, las cotas alcanzadas de bienestar... son nuestra salvación.
Como hijos de esta cultura, podemos caer en la misma tentación que el antiguo pueblo de Israel: El hecho de pertenecer a esta realidad política y económica, nos garantiza la libertad y el bienestar en todos los órdenes.
Sin embargo el evangelio de hoy nos invita a ser críticos, a vivir en actitud constante de búsqueda y a abrir los horizontes a una interculturalidad que puede aportarnos valores que tal vez hayamos olvidado.