viernes, 8 de noviembre de 2013

VIERNES DE LA SEMANA 31 DEL TIEMPO ORDINARIO, 8 DE NOVIEMBRE






Dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: «¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido». El administrador se puso a echar sus cálculos: «¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa». Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi amo?» Éste respondió: «Cien barriles de aceite». Él le dijo: «Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta». Luego dijo a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?» Él respondió: «Cien fanegas de trigo». Le dijo: «Aquí está tu recibo, escribe ochenta». Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».
Lucas 16, 1-8

COMENTARIO

La parábola del administrador astuto es una de las que ha causado históricamente más perplejidad. ¿Qué enseñanza puede sacar un creyente del comportamiento de un administrador que comete fraudes para salvar el pellejo?
Para responder a esta pregunta es preciso penetrar algo más en el contenido de la parábola. En tiempos de Jesús, el administrador de un hombre rico (generalmente un terrateniente) era algo más que un encargado de los criados. Tenía poderes para hacer toda clase de transacciones: arrendar tierras, conceder créditos, liquidar deu- das, llevar la contabilidad, etc. Según la práctica corriente, el administrador podía hacer préstamos de las propiedades del dueño, por los que recibía una comisión, que no siempre figuraba en los documentos.
¿Por qué elogia el amo al administrador? No por la falsificación de cuentas, que podía ir incluso contra la Ley de Yahvé, sino por su sagacidad para congraciarse con los deudores, detrayendo de la deuda total la cantidad correspondiente a su comisión. El significado de la parábola no es la aprobación de una conducta irregular. Lo central es el elogio de la sagacidad de un gerente que, ante una situación apurada, supo sacar partido de sus propias irregularidades. Así tiene que actuar el cristiano ante las exigencias del Reino.
El creyente debe aprender a ser sagaz en un mundo contradictorio. La bondad no está reñida con la sagacidad y con la creatividad. Jesús nos invita a encontrar siempre los medios más idóneos para sacar partido de todo cuanto sucede.

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