miércoles, 27 de noviembre de 2013

MIÉRCOLES DE LA SEMANA 34, 27 DE NOVIEMBRE




EVANGELIO

Dijo Jesús a sus discípulos: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabi- duría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y mata- rán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia os salvaréis”.

Lucas 21, 12-19

COMENTARIO

La vida de las primeras comunidades no fue nada fácil. Aquellos primeros creyentes primeros sufrieron persecuciones e incomprensiones por parte de los principales dirigentes del pueblo de Israel. Muchos de ellos sintieron en sus propias carnes que el trágico final de Jesús podía ser también su final.

La mayoría de estos primeros seguidores de Jesús era de raza, cultura y religión judía. Y se vieron desplazados de su núcleo religioso y cultural. Debieron ser momentos muy difíciles. Muchos miembros de las incipiente Iglesia huyeron hacia el norte, hacia la zona de Galilea. Allí la presión religiosa era mucho menor que en Jerusalén, centro de la ortodoxia integrista judía. Allí pudieron reunirse en los antiguos lugares donde habían estado con Jesús. Ello dio lugar al nacimiento de las comunidades cristianas de Nazareth y Cafarnaún, de las que se han hallado recientemente importantes restos arqueológicos.

El evangelio anuncia rupturas y dificultades con los miembros de la propia familia... Era algo que Jesús había sufrido en sus propias carnes y que recuerdan los discípulos al escribir el evangelio. En varias ocasiones se confirma en los evangelios que la familia de sangre de Jesús no terminó nunca de confiar en él. Incluso fueron a cogerle por- que creían que se había vuelto loco. Y cuando Jesús instituyó la comunidad de los apóstoles, Judas, uno de los doce, le traicionó.

Pero Jesús fue fiel a su proyecto y constituyó una nueva familia más grande y fuerte que la familia de la sangre: el nuevo pueblo de Dios, las comunidades cristianas...

Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar testimonio de él. Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que Él dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de Él ante las personas.

Al final del texto de hoy leemos: «Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia os salvaréis» Los cristianos que escribieron estas líneas conocían la experiencia vivida por Jesús: sus hermanos de sangre le dieron la espalda, pero los discípulos formaron la Nueva Familia de Jesús, donde sentían la fuerza del Espíritu que nos hacía valientes y transformaba.

Alude esta experiencia evangélica de hoy a la permanente tensión que, incluso al interior de nuestra Iglesia, podemos tener. Efectivamente, los enfrentamientos y las infidelidades al interior del judaísmo lo pueden ser también, ahora, al interior de la comunidad cristiana. El creyente de hoy que puede vivir y sentir esa tensión, ha de saber moverse entre la tentación de “exilio interior” (huir de ella y acomodarse) o la valentía de la permanencia , la resistencia y la resilencia.


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