EVANGELIO
Dijo Jesús a sus discípulos: “Os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y
gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito
de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabi- duría a las
que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta
vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y mata- rán
a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia os salvaréis”.
Lucas 21, 12-19
COMENTARIO
La vida de las primeras comunidades no fue nada fácil. Aquellos
primeros creyentes primeros sufrieron persecuciones e incomprensiones por parte
de los principales dirigentes del pueblo de Israel. Muchos de ellos sintieron
en sus propias carnes que el trágico final de Jesús podía ser también su final.
La mayoría de estos primeros seguidores de Jesús era de raza,
cultura y religión judía. Y se vieron desplazados de su núcleo religioso y
cultural. Debieron ser momentos muy difíciles. Muchos miembros de las incipiente
Iglesia huyeron hacia el norte, hacia la zona de Galilea. Allí la presión
religiosa era mucho menor que en Jerusalén, centro de la ortodoxia integrista
judía. Allí pudieron reunirse en los antiguos lugares donde habían estado con
Jesús. Ello dio lugar al nacimiento de las comunidades cristianas de Nazareth y
Cafarnaún, de las que se han hallado recientemente importantes restos arqueológicos.
El evangelio anuncia rupturas y dificultades con los miembros de
la propia familia... Era algo que Jesús había sufrido en sus propias carnes y
que recuerdan los discípulos al escribir el evangelio. En varias ocasiones se
confirma en los evangelios que la familia de sangre de Jesús no terminó nunca
de confiar en él. Incluso fueron a cogerle por- que creían que se había vuelto
loco. Y cuando Jesús instituyó la comunidad de los apóstoles, Judas, uno de los
doce, le traicionó.
Pero Jesús fue fiel a su proyecto y constituyó una nueva familia
más grande y fuerte que la familia de la sangre: el nuevo pueblo de Dios, las
comunidades cristianas...
Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán
llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar
testimonio de él. Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida
seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura
es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que Él dará testimonio ante el
Padre de los que hayan dado testimonio de Él ante las personas.
Al final del texto de hoy leemos: «Y hasta vuestros padres, y
parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de
vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra
cabeza perecerá; con vuestra perseverancia os salvaréis» Los cristianos que
escribieron estas líneas conocían la experiencia vivida por Jesús: sus hermanos
de sangre le dieron la espalda, pero los discípulos formaron la Nueva Familia
de Jesús, donde sentían la fuerza del Espíritu que nos hacía valientes y
transformaba.
Alude esta experiencia evangélica de hoy a la permanente tensión
que, incluso al interior de nuestra Iglesia, podemos tener. Efectivamente, los
enfrentamientos y las infidelidades al interior del judaísmo lo pueden ser también,
ahora, al interior de la comunidad cristiana. El creyente de hoy que puede
vivir y sentir esa tensión, ha de saber moverse entre la tentación de “exilio interior”
(huir de ella y acomodarse) o la valentía de la permanencia , la resistencia y
la resilencia.
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