martes, 26 de noviembre de 2013

MARTES DE LA SEMANA XXXIV, 26 DE NOVIEMBRE







Algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»

Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo».
Lucas 21, 5-11

COMENTARIO


Las palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy aluden a la destrucción del Templo.
En la tradición profética, la destrucción del Templo, es siempre consecuencia de la ruptura de la alianza por parte del pueblo. (El Templo fue arrasado por los romanos en el año 70, cuarenta años después de la muerte de Jesús). Viene luego un mensaje de alerta sobre los signos que acompañarán el final. Hay algunos signos claramente engañosos: la aparición de falsos mesías, la indicación precisa del tiempo. Frente a estos signos, el mensaje de Lucas es claro: el fin no vendrá inmediatamente. De esta forma el evangelista pretendía corregir la fiebre mesiánica que dominaba en algunos sectores de las iglesias de su tiempo.

El texto que leemos está escrito desde las experiencias que viven las primeras comunidades cristianas: Han comenzado las persecuciones. Los primeros discípulos han huido aterrorizados de Jerusalén. Muchos de ellos se han refugiado en la zona norte de Galilea, en la aldea de Nazareth...
Luego verán a las legiones romanas destruir el Templo de Jerusalén. Este acontecimiento debió suponer un duro golpe para aquellos primeros cristianos que mayoritariamente eran de cultura judía. Era el fin de su historia como pueblo... Era la desaparición del lugar donde Dios se hacía presente.
Y lo que es más grave, dentro de las comunidades cristianas hay una sensación de crisis y división... Han aparecido algunos que, utilizando el nombre de apóstoles, enseñan doctrinas ocultas que nada tienen que ver con los mensajes de Jesús. Incluso ha aparecido magos y curanderos que buscan tan sólo producir efectos espectaculares...

Actualmente también existen cristianos inmersos en una mentalidad «apocalíptica». Personas que han perdido el propio horizonte personal y que no saben situarse ante los nuevos problemas y situaciones que afectan a la humanidad... Hay algunos que incluso interpretan los acontecimientos actua- les como signos de la cólera divina y anticipo del final del mundo. Por ejemplo, el Sida como castigo de Dios... Las guerras, como amenazas para que cese una sociedad excesivamente liberal en sus costumbres sexuales...
También hay personas que tan sólo tienen ojos para ver el lado negativo de las situaciones y las personas. Para ellos y ellas el mundo es un lugar de maldad. Olvidan ver las semillas de bien y bondad que hay en tantos y tantos corazones buenos que hacen el bien calladamente.

El cristiano cree que Jesús ha resucitado y vive positivamente la existencia. Reflexiona y estudia para entender los cambios culturales y la situación del momento presente, pero confiando siempre que Jesús da un sentido a la historia. El cristiano pone una mirada positiva en un futuro construido con el esfuerzo de todos, y así lo transmite.

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