Estaba Jesús hablando a la gente, cuando
su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se
lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo».
Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién
es mi madre y quiénes son mis herma- nos?» Y, señalando con la mano a los
discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad
de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre».
Mateo 12, 46-50
COMENTARIO
Las relaciones entre Jesús de Nazareth y sus paisanos, a juzgar
por los datos que aparecen en los evangelios, no fueron buenas. ¿Por que? Sin
duda que existieron razones históricas: ningún profeta es bien visto en su
tierra. Los paisanos de Jesús conocían las raíces humildes del «hijo de
carpintero»... y, en más de una ocasión les debió defraudar aquel «Mesías» que
no se encaramaba al trono nacionalista ni repartía parcelas de poder entre sus
primos y hermanos.
Pero esta realidad histórica, que deja vislumbrar las
desavenencias entre Jesús y sus «hermanos», está narrada en el Evangelio con
intención teológica.
En primer lugar, los evangelios desean establecer un paralelismo
entre Jesús de Nazareth y el patriarca José, de quien dice el libro del Génesis
que fue vendido por sus hermanos a causa de la envidia que le tenían. El
patriarca José es el personaje de la Biblia que mayor número de valores
positivos encarna. Vendido por sus hermanos, llegó a ser virrey de Egipto, y
cuando llegaron los años de «vacas flacas» (hambre), salvó de la muerte al
pueblo egipcio y a su familia hebrea. Este paralelismo pretende ofrecer una
enseñanza a los primeros cristianos: Jesús es el «nuevo José». Ha sido puesto
por Dios para salvación de los paganos y de Israel.
Existe un interesante dato descubierto recientemente por la
arqueología: En la pe- queña población de Nazareth, patria de Jesús, se
constituyó una de las primeras comunidades de cristianos, tras la muerte y
resurrección del Maestro. Así lo atestiguan las ruinas de una pequeña iglesia
doméstica hallada bajo las ruinas de la gran basílica de «La Anunciación» que
construyeron los Cruzados. El punto central de esta «iglesia-doméstica» radica
en una pequeña piscina bautismal en la que eran sumergidos, ya en el siglo I,
los judíos que se agregaban a los «nuevos hermanos» de Jesús. Ellos sustituirán
a aquellos herma- nos de sangre que habían rechazado a Jesús.
El texto de hoy presenta una idea de vital importancia: Jesús y
sus discípulos forman «la nueva familia de Dios», «el nuevo pueblo de Dios».
Ser ‘la nueva familia de Jesús’ nos compromete a crear lazos de fraternidad con
quienes viven a nuestro lado. Ser cristiano implica vivir en comunidad, conocer
a los hermanos y hermanas, compartir la oración, unirnos en las celebraciones,
trabajar juntos por mejorar la realidad social, dar testimonio del evangelio
con nuestras buenas obras, anunciar la Palabra del Señor...
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