En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró,
diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que
sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a
los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la
perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en
el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu
palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy
del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu
palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al
mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la
verdad.»
Juan 17, 11-20
COMENTARIO
Jesús se preocupa de sus discípulos y por los problemas y
dificultades que van a sobrevenirles en el futuro. De igual modo que él los
guardó para que no se perdieran, y procuró que fueran
madurando como personas y como creyentes, siente también
preocupación por ellos en este momento decisivo.
Cuando Jesús dice «mundo» está refiriéndose a las situaciones
negativas de la historia: A la cizaña que crece mezclada con el trigo... Jesús
tiene una visión muy realista de la humanidad. En su caminar ha encontrado
situaciones de amor y sencillez, capaces de llenar de sentido la vida. Pero
también ha tropezado con corazones endurecidos e hipócritas que se aupaban
sobre las espaldas de los más pobres. Jesús fue bueno, pero no ingenuo.
Jesús indica a aquellos primeros cristianos, que no hay que
eludir las situaciones negativas, sino que hay que hacerles frente, comprometiéndose
en la transformación positiva de la realidad. Y ello tan sólo se consigue
formando un grupo de creyentes unidos en lo esencial. Jesús les invita a vivir
en unidad. Y las primeras comunidades salvaguardarán la unidad a pesar de ser
muy distintas entre ellas.
Pero el texto de hoy encierra una segunda
enseñanza muy sutil: La dinamicidad. Jesús no ve a su comunidad como un grupo estático, sumergido
en la quietud mística del grupo integrista. Para Jesús, aquel grupo de discípulos
es un grupo dotado de vitalidad. Así quiere que sea el grupo de sus seguidores:
Gente en constante y continua evolución, implicados en los problemas del «mundo»,
pero sin venderse a la comodidad, al poder, a la violencia o a la desesperanza.
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