Dijo Jesús a sus discípulos:
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me
pregunta: «¿Adónde vas?» Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha
llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que
yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio,
si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la
prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no
creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una
condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado».
Juan 16, 5-11
COMENTARIO
La mentira siempre molestó la conciencia de Jesús.
Parece que lo dejara sin fuerzas, como si le apagara sus convicciones y como si
lo convirtiera, ante sus propios ojos, en un delincuente. Por eso creemos que
lo que más anhelaba Jesús en su interior era que se hiciera plena verdad sobre
su vida. Seguramente Jesús anhelaba en su interior que algún día sus discípulos
pudieran estar plenamente seguros de quién había sido su Maestro: no un
impostor a quien finalmente desenmascararon los príncipes de los sacerdotes
para colgarlo de un madero, sino el hombre leal a los principios de vida que
Dios había revelado por sus siervos los profetas. Pero, a la hora de la verdad,
¿quién le podía creer a un condenado a muerte?
Es aquí donde el Espíritu Santo aparece con toda su
fuerza. Jesús pone en él toda su esperanza. Él es el Espíritu del Padre y de él
mismo, y por eso es el Espíritu de verdad. Si el Espíritu llega a ser parte
importante en la vida de sus discípulos, sin duda alguna que la verdad se
abrirá paso en sus conciencias y conocerán la verdadera realidad de Jesús. Por
eso Jesús desea y promete que les dará el Espíritu.
Sólo la muerte de Jesús, que sus discípulos no
esperaban, sólo la traición que no podían imaginarse, sólo un juicio ilegal
como el que iba a ocurrir y sólo los inmensos sufrimientos y humillaciones de
la muerte en cruz, sufridos por un inocente, podían golpear la conciencia de
los discípulos hasta activarles el Espíritu de Dios que tenían adormecido.
Lo que suele olvidársele a quienes mandan con malos
modos, es que siempre queda un lugar que ellos no pueden tocar: la conciencia.
Y que ésta se convierte en fuerza incontenible de verdad y de denuncia, cuando
el Espíritu que la habita se activa.
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