miércoles, 2 de mayo de 2012

EL EVANGELIO DEL 2 DE MAYO

MIÉRCOLES

EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»





Juan 12, 44-50
COMENTARIO
.. el que cree en mí no quedará en tinieblas. Creer no es vivir de seguridades ni de evidencias. Es CONFIAR, aunque no todo se vea o se entienda. Vivir de confianzas y de fidelidades que aportan muchas felicidades. Lo contrario de la felicidad no es la tristeza sino el miedo. El miedo impide la confianza. Y apaga la luz. 

... Creer en Dios, en Jesús, es saber y saborear de Quién nos hemos fiado (cfr. 2 Tm 1,12). Sostenidos y amados por un amor mayor en el que todo tiene sentido, atrevernos a vivir cada acontecimiento y a cada persona a la luz de Su sentido y de Su amor. Vivir iluminados por la audacia de la Buena Noticia y audaces para iluminar espacios y ambientes de “buenas noticias”.



... porque no he venido para juzgar al mundo sino para salvar al mundo. Y si Jesús, nuestro Hermano mayor, no hay venido a juzgar, mucho menos nosotros. Y si nunca condena -como nos recuerda otro pasaje del evangelio: ¿nadie te ha condenado? yo tampoco te condeno (Jn 8,10-11)- tampoco nosotros. No necesitaríamos más razones y sin embargo, ¡qué fácilmente justificamos nuestros prejuicios y chismes! ¡Qué fácilmente nos lavamos las manos en nuestras condenas cotidianas! 

... Llamados a no ser jueces de nadie sino bienhechores -los que hacen el Bien- de todos. Ser cauces de misericordia. Dar siempre “otra oportunidad”. De cambiar, de crecer, de construir. De sanar, de embellecer, de comulgar. Esforzarnos en hablar bien de otros... bien decir, bendecir. Ser capaces de descubrir algo –mucho- de positivo en las personas, en los acontecimientos. Acoger las situaciones de vulnerabilidad como espacios privilegiados en los que sentirnos más iguales, más hermanos, más humanos; espacios en los que acariciar con ternura las heridas y ayudarnos a crecer, a sanar; espacios en los que descubrir la historia de salvación que se sigue haciendo en cada uno.







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