Dijo
la gente a Jesús: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti?¿Cuál
es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:
«Les dio a comer pan del cielo»”.
Jesús
les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que
es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es
el que baja del cielo y da vida al mundo”
Entonces
le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el
pan de la vida. El que viene a mí
no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».
Juan 6,30-35
COMENTARIO
Para los judíos hubo un «pan del cielo» que comieron
durante su estancia en el desierto: El maná. Este «pan» especial con el que se
alimentaba el pueblo de Israel en su caminar por el desierto, forma parte de
las imágenes de la religiosidad popular.
El maná tiene una explicación natural: Existe una
especie de árbol en la península del Sinaí, conocido como «tamarix mannifera»,
en el que viven dos tipos de cochinilla que segregan gotas de un producto apto
para la alimentación humana. Estas gotas son del tamaño de una lenteja pequeña.
Las secreciones gotean por la corteza del árbol con el calor, y se endurecen
con el fresco de la noche. En las primeras horas de la mañana tienen un color
blanquecino, que más tarde se transforma en amarillo parduzco. Posee un sabor
dulce como la miel. Y puede ser molido y triturado para hacer posteriormente
tortas.
Su sabor era como el de torta amasada con aceite. Parece
ser que su denominación proviene la palabra egipcia «man». En hebreo «maná»
significa «¿qué es esto?» Por estos motivos históricos, cuando los judíos
hablaban de “pan del cielo” no entendían lo mismo que pretende decirles Jesús.
De aquí la polémica que plantea el texto de hoy.
Jesús les había planteado, después del suceso de la
multiplicación de los panes, la necesidad de creer en él, no por el alimento
material que les había dado, sino por el alimento imperecedero que les ofrecía;
simbólicamente en el pan y en los peces multiplicados.
Lo
imperecedero de Jesús era la solidaridad, la capacidad de enfrentar y resolver
los problemas dentro de unos parámetros que no fueran los del dinero. Jesús le
invitaba a que descubrieran, tras el pan y los peces, otro «pan» que alimenta
la conciencia y la libera.
El texto de hoy fue escrito originariamente para ofrecer
una enseñanza a los cristianos de las primeras comunidades, que en su mayoría
vivían todavía anclados en la antigua religión judía. La enseñanza a estas
primeras comunidades cristianas era la siguiente: El «maná» que Moisés dio al
antiguo pueblo de Dios, ha quedado como un recuerdo de la historia. Jesús,
nuevo guía del nuevo pueblo de Dios (comunidades cristianas) ofrece una nuevo
pan que es mejor y más profundo que aquel antiguo «maná» del desierto.
Nosotros, cristianos del siglo XXI también hallamos en
este texto una enseñanza: Considerar a Jesús “pan del cielo” y objeto de
comunión, no es tan sólo participar del pan y vino en la Eucaristía. Comulgar
no es tan sólo cumplir con las exigencias de un antiguo ritual. Es, ante todo,
asimilar el compromiso que Jesús propuso para la transformación de las personas
y la sociedad.
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