Desmontó,
entró en la tienda, hizo una profunda reverencia y dijo:
- Tengo tan
gran confianza en Dios que he dejado suelto a mi camello ahí afuera.
- Estoy
convencido de que Dios protege los intereses de los que le aman.
- ¡Pues sal
fuera y ata tu camello estúpido! – le dijo el maestro.
- Dios no puede ocuparse
de hacer en tu lugar lo que eres perfectamente capaz de hacer por ti mismo.
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