jueves, 14 de febrero de 2013

EL EVANGELIO DEL 14 DE FEBRERO

JUEVES


EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»


Lucas 9, 22-25
COMENTARIO
La cruz ya significaba reconciliación y armonía desde tiempos anteriores a Jesús: Sus cuatro brazos son signo de reconciliación. En la cruz converge el oriente con el occidente (la vida con la muerte), lo de arriba con lo de abajo (el cielo con la tierra, lo divino con lo humano)... Cuando persas y romanos hicieron de la cruz un lugar de tortura y tormento, la simbología primitiva quedó entre paréntesis. La cruz pasó a convertirse en lugar de atroces sufrimientos. A partir del cristianismo la cruz se convierte en símbolo del sufrimiento redentor y universal. Jesús entrega su vida en una cruz a las tres de la tarde; la misma hora en la que se ofrecía en el Templo de Jerusalén el sacrificio vespertino en remisión por los pecados del pueblo.


Para los primeros cristianos la Cruz del Maestro era símbolo de las pequeñas cruces que debían soportar los discípulos. Así como el Maestro ha reconciliado la humanidad con Dios mediante la Cruz, así debe hacer el discípulo para convertirse en lugar de armonía y paz. El discípulo debe clavar en la cruz sus defectos y egoísmos para que su vida personal y social sea un lugar de encuentro, tolerancia y solidaridad. Leyendo el evangelio de hoy,  parece como si Jesús conociera de antemano la forma y el modo en el que iba a morir.

¿Históricamente, Jesús predijo su muerte? Jesús veía claro que no podría evitar el sufrimiento. Él no lo buscaba, pero lo veía inevitable. Si seguía adelante con su propuesta, y se mantenía firme en su predicación, tarde o temprano el conjunto de la realidad social iba a caer sobre él. En ese sentido le debió ser fácil «predecir su pasión». Ésta no sorprendió a Jesús.

HOY sentimos la urgencia de la conversión, pero con CONFIANZA, porque no hay nada tan reconfortante como sentirte exigido por Alguien que te ama.

El texto invita al creyente a: «negarse a sí mismo» y a «cargar con la cruz».
Negarse a sí mismo. No en el sentido de atormentarse y reprimir la propia libertad, porque esto es sólo una forma de alienación. «Negarse a sí mismo» consiste en someter a crítica todos los ideales que la cultura del consumo nos han impuesto en lugar de la cultura de la solidaridad. Criticar todo ese conjunto de aspiraciones inútiles que nos hacen sufrir por lo que no tenemos y por lo que “deberíamos” tener. Negarse a sí mismo no es eliminar la personalidad, sino restablecerla a partir de los valores del evangelio.

Cargar con la cruz y seguirlo. Pero no en el sentido de infligirse castigos corporales. Nunca lo pidió Jesús. Cargar con la cruz era la consecuencia de oponerse al Imperio romano. Los condenados por oposición al Imperio eran obligados a cargar con el instrumento del suplicio y transportar sobre los hombros el travesaño superior de la cruz. Negarse a sí mismo, cargar la cruz y seguirlo, significa ser críticos con la cultura que se nos impone de miles maneras y tener capacidad para buscar, con la guía de Jesús, alternativas que nos ayuden a vivir como personas en profundidad y en libertad solidaria. Hoy no existe el Imperio Romano, pero existen otros imperios que marcan las maneras y los modos de vivir.











  

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