En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
Lucas 9, 22-25
COMENTARIO
La cruz ya significaba
reconciliación y armonía desde tiempos anteriores a Jesús: Sus cuatro brazos
son signo de reconciliación. En la cruz converge el oriente con el occidente
(la vida con la muerte), lo de arriba con lo de abajo (el cielo con la tierra, lo
divino con lo humano)... Cuando persas y romanos hicieron de la cruz un lugar
de tortura y tormento, la simbología primitiva quedó entre paréntesis. La cruz
pasó a convertirse en lugar de atroces sufrimientos. A partir del cristianismo
la cruz se convierte en símbolo del sufrimiento redentor y universal. Jesús
entrega su vida en una cruz a las tres de la tarde; la misma hora en la que se
ofrecía en el Templo de Jerusalén el sacrificio vespertino en remisión por los
pecados del pueblo.
Para los primeros cristianos la
Cruz del Maestro era símbolo de las pequeñas cruces que debían soportar los
discípulos. Así como el Maestro ha reconciliado la humanidad con Dios mediante
la Cruz, así debe hacer el discípulo para convertirse en lugar de armonía y
paz. El discípulo debe clavar en la cruz sus defectos y egoísmos para que su
vida personal y social sea un lugar de encuentro, tolerancia y solidaridad.
Leyendo el evangelio de hoy,
parece como si Jesús conociera de antemano la forma y el modo en el que
iba a morir.
¿Históricamente, Jesús predijo su
muerte? Jesús veía claro que no podría evitar el sufrimiento. Él no lo buscaba,
pero lo veía inevitable. Si seguía adelante con su propuesta, y se mantenía
firme en su predicación, tarde o temprano el conjunto de la realidad social iba
a caer sobre él. En ese sentido le debió ser fácil «predecir su pasión». Ésta
no sorprendió a Jesús.
HOY sentimos la urgencia de la
conversión, pero con CONFIANZA, porque no hay nada tan reconfortante como
sentirte exigido por Alguien que te ama.
El texto invita al creyente a:
«negarse a sí mismo» y a «cargar con la cruz».
Negarse a sí mismo. No en el
sentido de atormentarse y reprimir la propia libertad, porque esto es sólo una
forma de alienación. «Negarse a sí mismo» consiste en someter a crítica todos
los ideales que la cultura del consumo nos han impuesto en lugar de la cultura
de la solidaridad. Criticar todo ese conjunto de aspiraciones inútiles que nos
hacen sufrir por lo que no tenemos y por lo que “deberíamos” tener. Negarse a
sí mismo no es eliminar la personalidad, sino restablecerla a partir de los
valores del evangelio.
Cargar con la cruz y seguirlo.
Pero no en el sentido de infligirse castigos corporales. Nunca lo pidió Jesús.
Cargar con la cruz era la consecuencia de oponerse al Imperio romano. Los
condenados por oposición al Imperio eran obligados a cargar con el instrumento
del suplicio y transportar sobre los hombros el travesaño superior de la cruz.
Negarse a sí mismo, cargar la cruz y seguirlo, significa ser críticos con la
cultura que se nos impone de miles maneras y tener capacidad para buscar, con
la guía de Jesús, alternativas que nos ayuden a vivir como personas en
profundidad y en libertad solidaria. Hoy no existe el Imperio Romano, pero
existen otros imperios que marcan las maneras y los modos de vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.