jueves, 2 de febrero de 2012

EL EVANGELIO DEL 2 DE FEBRERO

JUEVES



EVANGELIO
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. 
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. 
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. 
Lucas 2, 22-40

COMENTARIO

Todas las personas pasamos por un “tiempo de ángeles”; entonces la vida nos viene de cara y todo parece perfecto. Tenemos la sensación de que todo funciona bien y los “conflictos” que existen a nuestro alrededor no tienen que ver con nosotros.

El nacimiento de Jesús es un “tiempo de ángeles”, así nos lo narra Lucas en el anuncio a los pastores.

Pero el “tiempo de ángeles” también acaba y la esperanza ha de empezar a construirse desde el día a día. El evangelio que hoy leemos ésa es la pista que nos da.

Simeón y Ana no eran ángeles, eran ancianos que llevaba toda la vida esperando al Mesías. Como dice el refrán, “encontrar” es cuestión de un instante, “buscar” lo es toda la vida. Simeón y Ana buscaron durante mucho tiempo. Al final de sus vidas encontraron al Mesías. ¿Será esto un signo de que sólo cuando atravesemos la vida del todo seremos capaces de dar sentido a nuestras búsquedas, a todos nuestros pasos....? ¿Será ese el gran hallazgo de nuestra vida?

Hombres y mujeres estamos llamados a buscar el sentido de nuestra historia, nuestra tarea, nuestra vida .... con “rumores de ángeles” o sin ellos. Por eso, el evangelio de hoy es una llamada a desear, anhelar, caminar. No hay otra manera de expresar la fe. No hay otra manera de ser creyente.



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