jueves, 29 de diciembre de 2011

SÓLO 1 MINUTO


SOBRE LA PRUDENCIA
Esta es la historia de un chico que tenía muy mal carácter. Su padre le quería ayudar, y le dio una bolsa llena de clavos, a la vez que le daba este consejo: “Cada vez que pierdas la paciencia, tienes que clavar un clavo detrás de la puerta”. ¡El primer día, el chico clavó... 37 clavos! Durante las semanas siguientes, a medida que el chico aprendía a controlar su mal genio, cada vez tenía que clavar menos clavos detrás de la puerta. Al final descubrió que le era más fácil controlar su genio que clavar los clavos. Y llegó un día en que pudo controlar su carácter durante toda la jornada. Enseguida informó a su padre, éste le felicitó, y después le dijo que a partir de aquel momento hiciera al revés: “Cada día que consigas dominar tu carácter, arranca un clavo de los que has clavado”. 

Pasaron los días, y el jovencito finalmente pudo anunciar a su padre que ya no quedaban clavos detrás de la puerta. Su padre le cogió de la mano, le acompañó hasta la puerta y le dijo: "Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos estos agujeros que han quedado detrás de la puerta... Nunca jamás será la misma que antes. Cada vez que tú pierdes la paciencia con alguien, dejas unas cicatrices igual que las que ves aquí”. 



LAS ESPIGAS
En un campo de trigo, casi todas las espigas estaban inclinadas hacia el suelo. Sólo algunas estaban derechas, y miraban con orgullo al cielo, a la gente que pasaba por el camino y a las otras espigas compañeras. “Somos las mejores”, se las oía decir. “No vivimos dobladas, no inclinamos nuestra espalda ante nadie, como si fuéramos esclavas. ¡Dominamos la situación!”. Pero el viento, que sabe mucho de lo que pasa en los campos de trigo, sonrió y dijo: “Claro que están bien derechas, es verdad... ¡Porque están vacías! No han producido ningún fruto, y no servirán para nada”. 
También puede haber personas -y las hay- que nunca se inclinan, que nunca ceden, que “dominan la situación”, y que se permiten mirar a los demás con superioridad. La pregunta es: ¿son más personas que los otros? ¿Tienen en su interior algún fruto que valga la pena. alegría, felicidad auténtica, o están vacías? 
Que no nos sepa mal ceder, acercarnos a los más sencillos e inclinarnos ante ellos, porque nuestra persona no perderá importancia, al contrario: ganará valor, porque crecerá en humanidad


LA HISTORIA DE UNA BOTELLA


En un supermercado había una botella de agua que era muy egoísta. Siempre quería lo mejor para ella: la mejor etiqueta, el mejor lugar, el mejor estante, estar bien limpia y en la primera fila, para que todo el mundo la viera bien... Nunca se le ocurriría hacer algo por los demás. Un día, una persona la cogió para comprarla, la puso en el carro de la compra y se la trajo a casa. La botella estaba muy enfadada: no quería marchar de su estante y dejar el mejor lugar a otra. Además, cuando vio que alguien intentaba abrirla para beber el agua que tenía dentro, la botella se resistió: no quería dar su agua a nadie. Por más fuerza que hacían, no consiguieron abrirla. Y, como no pudieron usarla, la devolvieron al supermercado y la cambiaron por otra. La volvieron a poner en el estante, y poco a poco, consiguió volverse a colocar en el mejor lugar, en la primera fila, para ser admirada por todo el mundo que pasaba por delante suyo. Pero, como es natural, la volvieron a comprar. Y otra vez pasó lo mismo: como no la podían abrir, la volvieron al estante. Y la vida de aquella botella fue pasando entre idas y venidas, y lo único que pretendía era estar en un buen lugar y ser admirada. Con el paso del tiempo sucedió que a la botella le llegó la fecha de caducidad: el agua que había dentro empezó a perder transparencia y, al cabo de un tiempo, ya no servía para beber. Los empleados del supermercado la retiraron y la tiraron a la basura. Aquella botella no había servido para nada. A nadie le había dado su agua para calmarle la sed. Ahora, perdida en medio de la basura, se lamentaba de lo que había hecho. Entonces se dio cuenta de que todo lo que no se da a tiempo se echa a perder. Pero ya era demasiado tarde. 
Efectivamente. Todo lo que no se da... se pierde. Que no se nos haga demasiado tarde y que nos demos cuenta a tiempo. 




LOS TRES HIJOS DEL REY
Había un rey que tenía tres hijos. Sus posesiones y riquezas eran muchas y se extendían por todo el reino. Pero su mayor riqueza eran sus tres hijos, que quería de verdad y a los que había procurado educar desde pequeños. De entre sus tesoros materiales destacaba un brillante de valor extraordinario, admirado en todo el mundo. Cuando tuviera que repartir su herencia, ¿para cuál de sus tres amados hijos sería aquel brillante tan especial? Y he aquí que el rey decidió someter a sus hijos a una prueba: el brillante sería para aquél que realizara la proeza más grande a lo largo de un día previamente señalado. Una vez pasó la jornada indicada para la prueba, la noche de aquel día cada hijo iba explicando su acción más heroica. El hijo mayor había matado un dragón, que sembraba de terror todo el reino. El hijo segundo había conseguido vencer a diez hombres bien armados, con la única ayuda de su espada. Y el tercer hijo dijo: "Yo no he tenido oportunidad de hacer ningún acto heroico. Lo único un poco interesante me ha pasado al comenzar el día: he salido de buena mañana y me he encontrado a mi mayor enemigo durmiendo junto a un precipicio que da al mar. Me han venido ganas de tirarle precipicio abajo... pero le he dejado que continuara durmiendo". Entonces el rey se levantó de su asiento, abrazó a este hijo y le entregó el brillante. 


No había duda que su gesto había sido el más heroico: ser capaz de perdonar, incluso a una persona considerada enemiga.




EL VASO DE ARCILLA Y LA COPA DE ORO
Cuenta una fábula que había un sencillo vaso de arcilla junto a una orgullosa copa de oro. La copa dijo al vaso de arcilla: "Eres muy frágil; mírame, contempla y envidia mi solidez; yo, que soy de oro, no me rompo y soy admirada por todo el mundo". El vaso de arcilla le contestó: "En los banquetes de las fiestas tú apareces como una sólida copa; pero si pasáramos por la prueba del fuego, ¿cuál de los dos resistiría más?" 
Una persona que pasaba por allí oyó la conversación, y, para comprobar lo que había oído, colocó el vaso y la copa en medio de las llamas de un fuego. Y vio que el sencillo vaso de arcilla se hacía más resistente. Y también vio cómo la orgullosa copa de oro se iba deshaciendo, incapaz de resistir el calor que desprendía el fuego. 

Las apariencias externas no siempre son signo de fortaleza interna. Si las personas basamos nuestra vida en la apariencia, en tener mucho más que los demás, es posible que no sepamos superar algunas pruebas, sobre todo cuando llegan momentos difíciles de sufrimiento o de dificultades. Las personas sencillas saben que su fuerza está en su interior, están acostumbradas a vivir renunciando a cosas que no son importantes, y son igual de felices cuando las tienen que cuando no las tienen. 













CONSTRUIR EL MUNDO
Un niño llevaba un buen rato molestando a su padre, que estaba leyendo. El padre, para que se distrajera y le dejara tranquilo un buen rato, cogió de un atlas viejo una hoja donde estaba dibujado todo el mundo. A pequeña escala estaban todos los países, regiones y ciudades más importantes. Lo recortó en muchos trozos y se lo dio a su hijo para que lo volviera a hacer. 
- Le llevará mucho tiempo, y así me dejará en paz.
A los pocos minutos, el niño volvió con el mapa del mundo perfectamente colocado. - ¿Cómo has sido capaz de hacerlo tan rápido?, le preguntó el padre extrañado.
- Muy sencillo, padre. Por detrás de los papeles que me has dado había dibujada la figura de una persona humana. Primero he reconstruido la persona y el mundo se ha formado sin dificultad.
Las personas, los hombres y las mujeres, somos los que damos sentido al mundo. Cuidar de las personas, ayudarlas, defenderlas... (aunque sólo sea la salvación de una sola persona) es la forma de cuidar del mundo. El mundo tendrá mucho más sentido, únicamente, cuando las personas sean el centro de las preocupaciones y de las atenciones.



EL VALOR DE UNA SIMPLE MANZANA
Un hombre anciano estaba en su huerto, cerca de su casa, haciendo unos agujeros en la tierra. Trabajaba con entusiasmo y con ilusión. Pasó un vecino y le preguntó qué es lo que estaba haciendo. El viejo contestó: 
- Estoy plantando unos manzanos, a ver si crecen y hacen unas buenas manzanas.
- ¿Esperas llegar a comer manzanas de estos árboles? –le dijo el vecino.
- No, no –respondió el anciano-. No pienso vivir tanto. Pero otros lo harán. El otro día pensé que toda mi vida he estado comiendo frutos de los árboles que habían plantado otras personas, y esta es mi manera de mostrarles mi agradecimiento. En mi larga vida he recibido muchas cosas de los otros. Es justo que yo colabore a que otras puedan beneficiarse de mí. 



EL VALOR DEL SILENCIO
Un anciano y famoso sabio japonés, conocido por sus pensamientos y sus doctrinas, recibió la visita de un profesor universitario que había oído hablar de su sabiduría y quería preguntarle sobre su pensamiento. Este profesor tenía fama de ser muy creído y orgulloso, de no prestar atención a la opinión de los otros porque consideraba que él estaba siempre en posesión de la verdad. El sabio, que conocía esto, decidió darle una lección. Por esto, cuando el profesor llegó a la casa del sabio, éste lo recibió y le ofreció una taza de té. Empezó a servir el té despacio hasta que la taza se llenó. El sabio, haciendo ver que no se daba cuenta de que la taza estaba llena, continuaba sirviendo té, que se salió de la taza, cayó al plato, a la mesa, ensució el mantel, empezaba a caer al suelo... Y el anciano continuaba tan feliz, como si no viera nada. El profesor de universidad contemplaba la escena sin saber qué hacer, y no se explicaba aquella distracción del anciano, que ya le parecía una falta de mala educación. Pero llegó un momento en que no pudo más y le gritó al anciano: “¡Está llena! ¿No ve que no cabe más?” Y el anciano, sin inmutarse, le contestó: “Tú también estás lleno de tu cultura, de tus conocimientos, de tus opiniones seguras e intocables, lo mismo que le pasa a esta taza. ¿Por qué vienes a aprender de mí? ¿Cómo puedo enseñarte algo, si no estás dispuesto y abierto a recibir otras ideas que las que tú tienes? ¡No te cabrá nada si no vacías tu taza!” El profesor universitario comprendió la lección, y a partir de aquel día se esforzó en escuchar